Eran las siete de la tarde de un día caluroso
de agosto. Nour, estaba esperando en la
estación de tren la llegada de su amigo Abraham que venía de visita a la cuidad.
De repente se le acerco un niño pequeño de unos nueve años vestido
con unas bermudas azules y una camiseta blanca.
Acto seguido, la sujeto por la mano derecha llamándola “Mamá”.
Aturdida por no saber qué hacer e incomoda por la situación, le preguntó: ¿Dónde está tu madre?
No soy yo, pequeño.
El niño la miró fijamente y volvió a repetir “Mamá”.
Nour comenzó a inquietarse en serio cuando miró a su
alrededor percatándose de lo desierto del lugar ya que ni un pasajero avistó ni
de cerca ni de lejos.
El andén número 24 donde se encontraba esperando a su amigo
estaba vacío y oscuro. No había nadie a quien preguntar. Algo nerviosa, intentó
separarse del niño y soltar su mano; pero sin resultado, ya que cada vez que ella
pretendía retirar su mano de la del pequeño más fuerte la sujetaba él.
Algo enfadada le dijo “Ahora te hablo en serio, pequeño ¿Dónde
está tu mamá?... ¿Cómo se llama?” Todo ello con el fin de comunicarlo en la
ventanilla de información y así poder localizarla.
Viendo el enfado de Nour el pequeño se soltó de su mano para
señalar un lugar detrás de una palmera de dátiles que había en la estación.
La cara de Nour palidecía por momentos, porque en ese
instante recordó una vieja leyenda que cuenta asegurando que allí habita la Señora
del Río. Una historia que aterrorizó a niños durante generaciones.
Mientras ella miraba fijamente el lugar, en ese preciso
instante el niño comenzó a explicarle que su madre estaba allí, que lo estaba
esperando y que hiciera el favor de llevarlo hasta ella porque tiene miedo de
ir solo.
Cuando volvió la mirada para contestarle ya había desaparecido
como por arte de magia.